"Id,pues,vagabundos sin tregua,errad,funestos y malditos,a lo largo de los abismos y las playas,bajo el ojo cerrado de los paraísos".Paul Verlaine

viernes, 1 de agosto de 2014

Roma, libro abierto. ( Ciudades letraheridas I )

 Se viaja con la piel y con la boca, siempre se viaja contra poniente. Ningún viaje resulta inocuo para los que vivimos subordinados a la conciencia literaria de las piedras. La travesía ha de preñarte, sin tregua, una y otra vez, con el afán feroz de bárbaros al abordaje. Con fortuna, rapiñarás un puñado de horas concéntricas en las que deshacerte, en una neblina de horas apacibles, cuando amenacen en tu puerta las pequeñas horcas de la cotidianidad y los estragos de una vida, deliberadamente desperdiciada, entre la quincalla de trabajos mediocres y días que se mueren, como moscas estúpidas golpeándose contra los cristales de ventanas cerradas.
Se viaja contra poniente y la plácida luz que abre cuajos de certeza en la mañana. En todas y cada una de esas mañanas en las que girarse, y cambiar de posición en la cama, no resuelve nada.
Viajo contra el tedio y la certidumbre, hasta romperme.
Una de mis costumbres siempre que salgo de casa es llevarme un par de libros en la mochila. Aparte de para leerlos en los interminables intervalos de aviones y trenes, lo hago con la esperanza de crear un vínculo emocional entre el libro y la ciudad, el objeto y la emoción, los poemas y el vibrante recuerdo de la ciudad que, tras el regreso, anhelaré pisar de nuevo. Así que, ya sentado en el escritorio de casa, con la cabeza embarrada de hastío, sólo tengo que girarme hacia mis estanterías y, por ejemplo, encontrar un poemario de Antonio Colinas y regresar, de nuevo, a las plazas de Salzburgo, sombreadas bajo la gran colina de la fortaleza y el insistente olor a café tejiendo el aire frío. Con Robert Lowell vuelvo a ver, lo juro, los empinados y ocres pináculos de las torres atravesando el cielo de Múnich, aunque el bueno de Lowell jamás puso un pie allí. Y así decenas de autores y ciudades, poemas y paisajes, fragmento y cafés ( hoy muy lejanos), aforismos y parques. Rilke y los closet de Edimburgo, de la mano de Perse y Vian (siempre Vian) por Paris, aunque Paris es infinito, los tres borrachos,exultantes y felices, con Fouad,nuestro hermano irrigado en tinta china, hablando de los vaivenes de la literatura en un bistro de la plaza Contrescarpe, sospechando que en esa misma cafetería fue donde James Joyce y Hemingway se emborrachaban juntos . Bebían en la tarde hasta caer reventados y noqueados sobre la barra, con el peso plomizo del whisky, igual que dos descosidos y aturdidos sacos de boxeo. Con Gregory Corso navegué por los canales de Brujas. Ignoro si aquel extraño poeta alguna vez entró en aquella ciudad. Ungaretti merendando conmigo en la pequeña cafetería de aquella recoleta plaza al lado del mercado de Gante. Mandelshtám saltando de autobús en autobús por todo el centro de Roma,etc...
Hay ciudades que se componen de una intensa geografía emocional y literaria. Calles que son una trama de niebla alumbrada por los centenares de escritores que habitaron sus casas, calles, cafés. Ellas son las ciudades de mis manos sedientas. Mi Génesis. Nunca elegidas al azar, jamás. Viajo como el recalcitrante letraherido que soy y que solamente se comprende en los vapores alucinados de la literatura, con la poesía golpeando la sangre. Me adentro en las ciudades con los ojos cargados de cristales y poesía, como el enfebrecido penetrando en un templo que antaño erigió en la soledad de su dormitorio. Un templo de deidades paganas habitado por centenares de autores que me arrastraron hacia la eterna noche de los desamparados, los lunáticos y todos aquellos que vivaqueamos zambullidos en la turbación "bajo el ojo cerrado de los paraísos". Un letraherido es y será siempre un desamparado que busca en cada libro la frase capaz de remediar su desconcierto de páginas desordenadas, una frase esquiva, huidiza, que nunca terminamos de hallar, porque cada libro arrojará al letraherido, una vez más, a la intemperie.

De todas las ciudades que he saqueado, son tres las que forman mi personalísimo triunvirato, mi  cosmogonía ardiente y mi botín más denso, las que llevo clavadas en la piel : Edimburgo, Paris y Roma.

Se viaja con las manos y los intestinos, vagabundeando hasta que la ciudad nos habita, "vagabundos sin tregua" como escribió el viejo Verlaine, "errad,funestos y malditos,a lo largo de los abismos y las playas, bajo el ojo cerrado de los paraísos". No entiendo, ni conozco, otra forma de trasladarme, salvo esta trashumancia literaria bajo las lunas de humo y la recóndita liturgia que abre los oscuros goznes de las ciudades que se alzaron como memoria indeleble entre las páginas de los poetas, de todos los hijos melancólicos nacidos de la bilis negra de Saturno.

Llegué a Roma cuando la mañana era un sombrero de hongo que se ajustaba sobre una inmensidad de cúpulas que parecieran de cera bajo la luz tibia del mediodía.
Roma desaparece en el instante que ponemos un pie sobre una de sus calles. Roma deja de ser Roma, para siempre. Se diluye en nuestras manos, se transforma en levadura. Roma se construye cada día después que apuraramos el primer café de la mañana. Parafraseando a Paul Éluard: Existen muchas romas pero todas están dentro de ella,deshaciéndose y fecundándose, a cada instante. La Roma histórica, la Roma pictórica, escultórica,artística, casi inasible. La Roma política y convulsa.La Roma que arde en el celuloide de Rosselini,Pasolini, Visconti, Fellini y la Via Veneto como simulacro de una vida que nunca llegó a ser sino impostura. La Roma neorrealista en cada esquina atropellada por el griterío de niños a la carrerra.Y la Roma literaria de los letraheridos. Una ciudad de calles sinuosas y sepultadas bajo la gesta de vivir cada día de sus habitantes, cuyos ojos ligeros, ya no se percatan de la liturgia.

Ignoro si existirá algún mapa o guía que aglutine los pasos de los centenares de escritores y poetas que merodearon por sus calles, que malvivieron en habitaciones, que mercadearon con su talento a cambio de un café caliente, un bollo y alguna que otra copa en las agitadas noches del Trastevere. Los hubo aristocráticos e influyentes, románticos ingleses, europeos exiliados, algunos de ellos con su consabida placa recordando la estancia.
Mi primera parada en Roma estaba anotada, con mayúscula en mi moleskine : Cimitero acattolico. El llamado cementerio protestante de Roma, allí donde eran enterrados aquellos que no profesaban la religión católica. Siempre que viajo a una ciudad procuro visitar su cementerio y su mercado. Pues en ellos se concentra toda la metáfora en la que se yerguen las ciudades. El cementerio acattolico de Roma es pequeño como si se tratase del camposanto de un pueblo.
Llegué al hotel pasado el mediodía y tras un breve descanso me dirigí a una estación de metro que me llevase en dirección a la parada de "Pirámide- Ostiense", en la colina del Aventino. Mi intención era, ante todo, visitar la tumba del poeta que durante años me obsesionó y del cual me sentí cómplice, durante tanto tiempo, jamás pude deshacerme de él.. .Un poeta que convertí en sacro y cardinal durante mi adolescencia... Aquel que escribió uno de los poemas más enigmáticos que había leído en aquellos años : "No despertéis a la serpiente / mientras no sepa el camino que ha de seguir./ Dejadla que se arrastre mientras duerme...(...)"
 Percy B. Shelley, nube y poeta, íntimo amigo y reverso de Lord Byron. Podría escribir durante horas del joven Shelley, de su honestidad intelectual (expulsado de Oxford tras publicar un panfleto sobre el ateísmo), su finísimo talento poético, su deambular europeo, su prematura muerte ahogado en el golfo de La Spezia a la edad de 29 años. Percy fue siempre una incesante luciérnaga en mis capítulos más oscuros. 

Atravesé  la verja del recoleto cementerio que se halla en una estrecha calle, a la izquierda de la pirámide di Caio Cestio, charlé un poco con la gente que, voluntariamente, lo gestiona y mantiene, gente que pasaba la cincuentena, extremadamente amables, unos cinco o seis, ingleses en su mayoría. Me dirigí primero a la tumba del otro poeta inglés que yacía en una de las esquinas del cementerio,el gran Jonh Keats. Frente a la tumba del desdichado Keats, dos señoras mayores dibujaban el paisaje deslizando los pinceles mojados en acuarela sobre un gran cuaderno marrón. Observé la escena, tomé algunas fotografías y me dirigí hacia la tumba del poeta que me llevó hasta aquel cementerio. Caminé unos minutos, varios metros, repasé mentalmente las indicaciones que me dio aquel viejo inglés de embajadora y tierna sonrisa. Encontré la tumba. Mi sangre cabrilleaba, se alteraba y me golpeaba rauda, como tambores, en todas las venas. Le pedí a mi acompañante que me fotografiase en la tumba de Percy. Después se fue,durante aproximadamente una hora. Allí, sentado y en silencio, pasé uno de los momentos más íntimos e intensos con los que Roma me obsequió.

( Tumba de Percy B. Shelley )



Vagabundear por la ciudad con los ojos encendidos, cual luminarias, te obsequiará con la memoria de las piedras. La gente desciende, entremezclada y ausente, por los caudalosos ríos que son sus calles, sin saber a donde se dirigen.
Guardé el mapa y deambulé, arriba y abajo, escuchando el susurro de las paredes, noches enteras .Por las tardes me desplazaba hacia el barrio del Trastevere, en busca de sus cafeterías .Aquel barrio, durante las dos guerras mundiales y posteriores exilios, se convirtió en un hervidero de artistas e intelectuales que hallaron allí su refugio, como Alberti. Actualmente se compone de una intensa amalgama en la que conviven y pulalan artistas bohemios, músicos callejeros, algunos extranjeros snob con cara de escritores alucinados y los orihundos más genuinos y añejos de Roma. 

Me fui topando, a lo largo de los días, con calles, casas, buahardillas y ventanas que guardaban la historia, cincelada en piedra, de muchos de aquellos escritores y poetas que componían el entramado emocional de mi mapa literario.
Así, y sin pretenderlo, me topé con el apartamento, en un barrio no muy lejos de la piazza Spagna, donde el matrimonio de los Browning pasó algún tiempo de sus vidas y compusieron aquellos famosos sonetos y poemas victorianos,hasta la muerte de Elizabeth, en aquella casa.



La casa que Keats y Shelley habitaron durante su estancia en Roma es visible, siempre, impenitente, en la Piazza Spagna, en la esquina derecha de la escalinata.
                                                      




Bajando la plaza y siguiendo recto nos encontramos con una de las calles más famosas de Roma - por ser un lugar de célebres boutiques - y más caras de Europa,delirio de pijos, la Via Condotti. En ella se ubica un antiguo café que siglo y medió atrás sirvió de cobijo a poetas y escritores como Byron, Joyce, Wilde.

Para mi sorpresa, mientras bajaba por una calle bastante entrada la noche, descubrí una placa que indicaba que el escritor danés H.C. Andersen habitó esa vivienda durante su estancia en Roma. La placa apenas puede leerse, está algo borrosa, y la falta de luz tampocó ayudó a mis pésimas dotes como fotógrafo.
Seguí bajando por aquella calle y las placas que conmemoraban la estancia de varios poetas y escritores se sucedían, una detrás de otra, edificio tras edifico.Fue un verdadero hallazgo. Roma dormía y la noche era cada vez más cerrada, silenciosa.
En la siguiente placa, con dificultad, se lee que el poeta polaco Cyprian Kamil Norwid, vivió en aquel inmueble, a mediados del siglo XIX.



Sin salir de aquella vía, a poco metros, otra placa conmemorativa y más reluciente , que contrastaba con la desgastada y desvencijada pared del edificio, explicaba que el gran N.Gogol vivió allí durante su paso por Roma.
La tumba de John Keats en el Cimitero Acattolico,junto a su inseparable amigo el pintor y cónsul Joseph Severn.



Una de las sorpresas más tremendas e inesperadas fue la de toparme con la tumba del poeta neoyorquino de la generación beat, Gregory Corso, que colindaba con la tumba de Shelley, por abajo. Todavía no me había rehecho de encontrarme frente a la tumba de Shelley cuando de repente, al girar la cabeza, vi la tumba de Corso.










Una de las entradas al enorme parque, la llamada Villa Borghese, en la colina pinciana, está presidida por una escultura de Lord Byron que contiene una inscripción de unos de los cantos de sus Peregrinaciones de Childe Harold.




Villa Borghese está salpicada, en toda su extensión de grandes esculturas dedicadas a varios poetas :

El autor J.W. Goethe que durante varios años vivió en Roma.


Alexandr  Puskin




Nikolai Gogol


 El poeta de medieval  Azerbayán Nizami Ganjavi



 El poeta e hispanista egipcio Ahmad Shawqi


El filósofo y poeta serbio Petar Petrovic Njegos




El poeta persa Ferdowsi

La casa en la que vivió Goethe, en la via del Corso.


James Joyce vivió durante medio año, a principios de siglo, en una casa cerca de la via Condotti



Placa que conmemora la estancia en Roma de la escritora noruega Sigrid Undset, en ese inmueble.





Hans Christian Andersen





La tumba de Gregory Corso, a un metro de la tumba de Percy B. Shelley.


Uno de mis más felices encuentros con la poesía en Roma fue cuando me crucé, de manera repentina en uno de los vagabundeos, con la casa en la que la poeta austríaca Ingeborg Bachmann vivió y escribió durante cinco años, en la piazza Barberini. Llevaba algunos meses leyendo con entusiasmo todos los libros de poesía de Bachmann que caían en mis manos.Sus poemas son inmensos, increíbles, de unas imágenes imposibles.Trakl, Bachmann y Thomas Bernhard son la poesía austriaca del XX. Me decidí que tenía que escribir un poema homenaje a Ingeborg, que hablase de la Europa devastada y su estancia en Roma. Actualmente trabajo en él.

" Lo que es verdad no se suspende hasta la incursión
en la que tal vez todo esté en juego.
Tú eres su botín al abrirse tus heridas;
Nada te asaltará que no te traicione.

Llega la luna con los cántaros de hiel.
Bebe tu medida.Cae la amarga noche.
Nieva la escoria en el plumaje de las palomas,
ni una sola hoja se pone a salvo.

Estás preso en el mundo, cargado de cadenas,
pero lo que es verdad abre grietas en la pared.
Velas y en la oscuridad vigilas,
vuelta la cara hacia la salida desconocida."
 

Ingeborg Bachmann


 La via Appia Antica nace en Roma y llegaba hasta Brindisi, la punta del tacón de Italia. Parte de su trazado permanece con los adoquines originales de la época, allá por el 300 A.C.
Aquel día llovía con inusitada furia.El cielo encapotado parecía estallar en mil pedazos y el agua discurría con violencia por la vía. 
Para los byronianos .En esta torre desmoronada de la Via Appia Antica se halla la tumba de Cecilia Metella. Lord Byron compuso el canto IV de " Las peregrinaciones de Childe Harold" en este lugar,inspirado por la bella soledad del paraje y las ruinas.



Y pasaron las semanas... Roma seguía abriéndose para mí, bajo mis pies y sobre mis ojos, como una flor lenta y cálida, sumergida en un hondo lecho de agua petrificada. En Ostia los últimos pasos de Pasolini me condujeron hasta la desembocadura del Tíber. Perdí su rastro un centenar de metros antes de llegar al mar.

Roma no se acaba nunca, renace siempre, en los ojos del viajero atento y ensimismado.
¡ Qué lentos nuestros movimientos y qué rápido desaparece el relámpago de la vida cuando nos extraviamos de nosotros mismos !.
La ciudad es un bosque de piedra, un sinfín de paredes sepultadas bajo el polvo del gentío, muros oscuros que susurran viejas historias de literatura y de naúfragos. Ventanas de humo y hollín que guardan el eco antiguo de otras voces.
Viaja con nostalgia de ti mismo, como la lágrima que no conoce el sabor del verano. Adéntrate con tus manos en la piel gastada de los adoquines y deja que la ciudad te fecunde como un relámpago sordo que rompe la calma del ocaso. Tus ojos serán dos luminarias penetrando el umbral de un templo sumergido en la piedra...



" El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en visitar nuevos paisajes , sino en tener nuevos ojos "   M. Proust