He vendido tu lengua, las manos frías,
por monedas de tránsito lluvioso.
He envejecido, repentino, partiendo
la concavidad de dura nieve.
Aciago de espesura, he desolado, rapaz, la inmensa
serenidad
de las ciudades deshabitadas.
Ahora duermes
fuera del alcance
de la lluvia
que tañe
la monotonía del miedo.
Yo he vendido la luz;
ese relámpago, miserable, que nos miente
y apenas si alimenta tempestades.
Anoche vendí tu lengua
y envejecí hallando lluvia
en la que derramarme.
La peor venganza no es el abandono es el comercio.
ResponderEliminarGran poema de amargo sabor y fria lluvia
inmenso poema¡¡¡
ResponderEliminarLos días de lluvia dejan el alma a la intemperie y uno, calado hasta sus huesos (los del alma), corre el riesgo de venderla al diablo, pero no a cualquier precio. Por ejemplo, por un buen poema.
ResponderEliminarGracias gente.¡Sois demasiado zalamer@!. A mí me da que el tema central, el núcleo de la idea del poema,se diluye entre tanta ladina palabra.Si me ilumino le daré algunos matices.Abrazos para tod@s.
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